Internet y sus relaciones VII

Anal

Internet y sus relaciones VII
María José del Valle detuvo el coche ante el chalet de los padres de Ruth. Probablemente lo que iba a hacer era una tontería, pero desde la noche pasada no había dejado de pensar en el mensaje que había interceptado a su hija. ¿Sería cierto que Susana y su amiga tenían un Amo? ¿virtual? ¿Qué era eso? ¿Un Amo que las dominaba a través de internet? María José estaba ciertamente preocupada. Pero había algo más…

Sí, tenía curiosidad…

La mamá de Susana quería saber de qué iba todo aquello. Las historias que había ido leyendo furtivamente habían despertado en ella unos deseos que jamás habría imaginado tener. Deseos que hablaban de dominación, sometimiento, servidumbre, esclavitud…

Para estar donde estaba había tenido que mentir a Jaime, que pensaba que había salido con unas amigas del colegio de monjas donde había estudiado el bachillerato. No sabía por qué, pero en ningún momento se le había pasado por la cabeza contarle lo que había descubierto. Quizá hubiese sido lo mejor. Jaime era tan racional, tan conciliador…

Bajó del coche y se dirigió hacia la casa. Eran las diez y cinco. Estaba nerviosa, sobre todo ante la posibilidad de enfrentarse a su hija. Susana había salido de casa a las ocho, al parecer para encontrarse con Carlos. María José, sin embargo, sospechaba que la realidad era otra…

Ding, dong.

Ruth escuchó el timbre de la puerta y miró al Sr. Sotogrande.

Muy bien, perrita –dijo éste- aquí tenemos a nuestra mamá. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Sí, Amo –respondió sumisa.

El Sr. Sotogrande y la muchacha habían abandonado el hotel a las nueve menos cuarto de la noche, con dirección al chalet de la joven. Ruth aún no entendía por qué iban a su casa, pudiendo quedarse con menos riesgo en la suite del Ritz. Cuando llegaron, a eso de las nueve y veinte, ella había entrado primero, para cerciorarse de que sus padres y su hermana ya se habían marchado. Entonces había avisado al Amo. Una vez dentro, Ruth le había guiado por toda la casa hasta llegar a su dormitorio. Allí, el Sr. Sotogrande le había confesado que tenía ciertas esperanzas en recibir la visita de la mamá de Susana y que de ser así, tenía la intención de dominarla y usarla como a una perra. Era una revelación sorprendente y preocupante para la joven, que no tardó en mostrar síntomas de elevado nerviosismo, e intentó convencer al Amo de que aquello era muy arriesgado. El Sr. Sotogrande azotó su trasero diez veces por cuestionar sus decisiones. Eso ayudó a calmarla. Ahora estaba claro por qué habían ido a su casa. El Amo le explicó que si la mamá de su amiga había interceptado el mensaje, había muchas probabilidades de que intentase personarse allí para hablar con ellas y disuadirlas, o meramente para saber qué se traían entre manos. A continuación, el Sr. Sotogrande le explicó qué es lo que esperaba de ella si eso llegaba a ocurrir, así que cuando Ruth oyó el timbre sabía perfectamente cómo actuar. Esperó un rato, hasta que el timbre volvió a sonar y se dirigió hacia la puerta, abriendola levemente, sin retirar la cadena. Antes de que pudiese decir nada, la mamá de su amiga se presentó.

Buenas noches –dijo un tanto agitada- tu debes ser Ruth. Yo soy María José, la madre de Susana, tu compañera de clase.

Sí, claro –respondió la joven – Un momento, por favor.

Ruth liberó la cadena y abrió la puerta de par en par.

Encantado de conocerla –dijo besando sus mejillas- pase por favor. La estábamos esperando.

¿Sabíais que iba a venir? –las palabras de la joven habían descolocado a la mamá.

No con total seguridad, pero sospechábamos que había interceptado el SMS que le mandé a Susana y cabía la posibilidad… Pero pase, no se quede ahí, en la puerta.

María José entró a un recibidor amplio y decorado con gusto. Había conseguido la dirección de Ruth accediendo furtivamente a la agenda de su hija. Aunque vivían en el mismo área, era obvio que los padres de la joven gozaban de mayor poder adquisitivo que ellos.

Bueno, lo cierto es que leí el mensaje por error –se justificó- Nuestros móviles son iguales, ¿sabes? Pensé que se trataba del mio y lo leí.

Supongo que debió escandalizarse un poco.

En realidad, sí. Por eso he venido. Quería hablar con vosotras sobre el contenido del mensaje. ¿Dónde está Susana?

No lo sé. Al sospechar que usted había leído el SMS, el Amo cambió de planes y canceló la sesión.

María José miró a Ruth, desconcertada.

No entiendo. Creí que habías dicho que me estabais esperando. En plural.

Sí –afirmó la joven- Me refería al Amo. Está aquí conmigo y quiere hablar con usted.

El corazón de María José comenzó a latir con fuerza. Las cosas no se parecían nada a como las había planeado.

Yo… bueno… no sé… no esperaba… creía… que era… sólo por internet –tartamudeó la mamá, nerviosa.

Venga conmigo, por favor –pidió Ruth.

Sin saber muy bien por qué María José siguió a la joven. Su pulso estaba muy acelerado y su cuerpo temblaba. Debía intentar serenarse. Ella era una mujer adulta…

Llegaron a un amplio salón. El Sr. Sotogrande esperaba en pie, con los brazos cruzados. Vestía un pantalón de cuero negro y un chaleco del mismo material que dejaba sus musculosos brazos al descubierto. María José le miró sobrecogida. Había leído tantos relatos de dominación durante la última semana y se había identificado tanto en el papel de sumisa, que la presencia de un Amo real hizo que perdiese cualquier tipo de iniciativa. Se quedó parada, junto a Ruth, mientras la joven informaba al Sr. Sotogrande de quién era.

Amo, ésta es María José, la madre de Susana.

Darkshadow dio cuatro pasos y se plantó ante la azorada mamá, que aún temblaba como un flan.

Buenas noches, Señor –acertó a decir, mientras extendía su mano derecha.

Buenas noches, María José –respondió el Sr. Sotogrande, mirándola con dureza, sin descruzar sus brazos e ignorando la mano que la mujer le tendía.

Lejos de protestar o increparle por su falta de cortesía, la mamá retiró la mano y miró al hombre con nerviosismo, sin saber cómo actuar. Eran señales inequívocas de su naturaleza sumisa, que no pasaron desapercibidas a un Amo experimentado como el Sr. Sotogrande.

Ruth, mientras tanto, se había apartado a un lado y miraba atenta a su Amo y a la mamá de su amiga. Maria José se parecía bastante a Susana, aunque llevaba el pelo más corto y estaba un poco más gordita. Aún llevaba puesto el abrigo, color beige y marrón, aunque estaba desabrochado y debajo se veía parte de un suéter negro y una falda granate que le cubría hasta encima de las rodillas. Calzaba unas botas negras, sin apenas tacón, que dejaban ver parte de unas medias color burdeos.

No me conoces, pero creo que sabes perfectamente quién soy ¿verdad? –le preguntó el Sr. Sotogrande.

No… no estoy segura –balbuceó la azorada mamá.

Mi nombre es Daniel Sotogrande –dijo con autoridad- aunque tu hija Susana se dirige a mi como Amo. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?

Maria José tragó saliva con dificultad y se limitó a asentir. Lejos de tranquilizarse estaba perdiendo el poco control que aún tenía.

Sí, claro que lo sabes –afirmó el Sr. Sotogrande alzando su mano y acariciando el pelo de la mamá- lo sabes demasiado bien, ¿verdad?

María José permaneció en silenció, impotente, incapaz de resistirse a aquel hombre dominante. Ruth observaba asombrada la facilidad con la que su Amo estaba tomando el control de la situación.

Quitate el abrigo – ordenó el Sr. Sotogrande, con esa autoridad que sabía imprimir a su voz y que hacía estremecer a cualquier sumisa.

Sin oponer resistencia, la dócil mamá se quitó la prenda y se la entregó al hombre, que la dejó encima de una butaca. Entonces, con descaro y sin ningún disimulo, el Amo escaneó con sus profundos ojos azules el cuerpo de Marïa José, cuya cara se tornó roja de vergüenza.

No estás mal –dijo al fin- un poco gordita, pero prefiero eso a las escualidas jovencitas de hoy en día. ¡Quitate el suéter! Quiero admirar mejor tus tetas.

María José se quedó petrificada. Su boca se abrió y se cerro un par de veces antes de que las palabras acudieran a ella, y cuando salieron fueron temblorosas e inseguras.

Pe… pero, estoy casada… yo…

El Sr. Sotogrande agarró su pelo con fuerza, en un manojo y forzó su cara hacia arriba, de forma que sus ojos perforaron con dureza los de la mamá.

¡Me importa un bledo si estás casada, soltera, divorciada o viuda! –gritó- Tu hija debería estar hoy aquí y tu estupidez lo ha impedido, así que tú ocuparas su lugar ¿está claro?

Sí, sí –respondió rauda María José, temiendo enfadar más a aquel hombre.

Sí, Amo –corrigió el Sr. Sotogrande- dirigete a mi con el debido respeto.

Sí, Amo –repitió la sumisa mamá, derrotada por completo.

Venga, enseñame esas dos ubres. No tenemos toda la noche.

Ruth observó estupefacta cómo la madre de su amiga se sacaba primero el suéter y después la blusa negra que llevaba debajo, hasta quedarse únicamente con un sujetador color carne de algodón. A pesar del mullido de la copa del sostén, la forma de los pezones, gruesos y erectos, era claramente visible. ¡Estaba excitada! ¡La mamá de Susana estaba excitada!

El Sr. Sotogrande la exhortó a que siguiera y María José, con manos temblorosas, liberó el broche y deslizó el sostén por sus brazos, entregándoselo al Amo. Sus amplios senos, blancos como la leche y bastante firmes quedaron expuestos, mostrando algunas marcas rojas de la presión del sujetador y dos grandes areolas rosadas coronadas por los dos hinchados pezones. El Sr. Sotogrande dejó la prenda sobre el sillón y sin perder un instante sus manos apresaron las tetas de la mamá, que no pudo contener una exhalación de sorpresa. Solamente su marido, Jaime, había tenido tal privilegio, pensó mientras aquel desconocido comenzaba a sobarle las tetas a conciencia. ¿Por qué estoy dejando que me haga esto? ¿Por qué no me revelo? ¿Tan sumisa soy?, se preguntaba una y otra vez María José, temerosa de responderse y demasiado desconcertada por la humedad que desde hacía varios minutos podía sentir en sus bragas. Jamás le había pasado algo así. Ciertamente, había oído expresiones como “mojarse las bragas”y otras parecidas, pero pensaba que eran exageraciones. Ahora no estaba tan segura…

Cruza las manos detrás de la nuca –ordenó el Sr. Sotogrande.

La mamá obedeció sin rechistar y el Amo siguió magreando sus tetas sin piedad, agachandose incluso a lamer y succionar sus endurecidos pezones hasta hacerla gemir de placer. María José sabía que debía parar aquello, que no estaba bien, que era perverso… pero en vez de eso, sus gemidos y jadeos eran cada vez más intensos, más descontrolados…

Finalmente, el Sr. Sotogrande le agarró por los pezones y le arrastró hasta el sofa, en un trote humillante, haciendola arquearse sobre uno de los brazos. Sin apenas tiempo de reaccionar, la mamá de Susana se encontró con la cara aplastada contra el mullido asiento y el trasero en pompa. Al Amo le faltó tiempo para recogerle la falda sobre la cintura y mostrar su redondo y carnoso culo, sus muslos macizos y el resto de sus piernas hasta el comienzo de las botas, enfundado todo en lo que en realidad eran medias-panty color burdeos. Entonces, le sobó bien las nalgas y le arreó dos o tres azotes, antes de agarrar el elástico de pantys y bragas, unas blancas de algodón, y bajárselos hasta las rodillas. Su culo quedó totalmente expuesto, con sus blancos cachetes y su velluda raja. Además, entre sus piernas se podía ver una vagina peluda, de labios grandes y abiertos.

¡Oh, Dios! –exclamó Maria José.

Estaba temblando de excitación y al mismo tiempo roja de vergüenza. Sabía que aquel hombre y lo que era peor aún, la amiga de su hija, tenían a la vista sus zonas más íntimas. Jamás se había sentido tan humillada, al menos no hasta que sintió uno de los dedos del Amo colándose en su vagina hasta llegar al nudillo.

¡Joder con la mamá! –exclamó el Sr. Sotogrande, dirigiendose a Ruth- Esta zorra está chorreando.

Era verdad. El coño de María José estaba empapado. A pesar de la vergüenza y la humillación, o quizá en parte debido a ella, la pobre mujer estaba tremendamente húmeda.

Vaya, Vaya, así que nuestra tierna mamá es también una perrita sumisa –rio el Sr. Sotogrande, al tiempo que introducía un segundo dedo en su encharcado chochito y comenzaba un lento mete-saca.

María José cerró los ojos, suspiró y sin poderlo evitar empezó a mover sus caderas al ritmo que marcaban los dedos del Amo. Ruth miraba atónita la total dominación de la mamá de Susana. “Vaya pedazo de zorra que está hecha”, pensó la excitada muchacha, deseando poder estar en su lugar.

¡Ooooh, oooooh, uuuuuh! –gemía María Jose, siendo más vocal de lo que jamás había sido en su vida.

¿Te gusta, eh, zorrita? –preguntó el Amo, arqueando sus dígitos y rozando levemente el punto G de la mamá.

¡Aaaaaahhaaa! –gimió la hembra.

Acercate, perra –ordenó el Sr. Sotogrande, dirigiendose a Ruth- mira lo cachonda que está esta golfa.

La joven, inflamada de deseo, recorrió la distancia que la separaba del Amo, mientras éste extraía sus dedos del coño de la mamá y se los mostraba. Los dos dígitos estaban cubiertos por abundante flujo, que hacía que brillasen.

Lamelos –ordenó el Sr. Sotogrande.

Obediente, Ruth sacó la lengua y lamió el néctar de María José, apreciando un sabor similar pero más fuerte que el de Susana. El Amo repitió el proceso varias veces, embadurnando sus dedos en el coño de la mamá y ofreciendoselos a su sumisa. La cara de María José estaba roja de vergüenza y humillación, mientras escuchaba a la amiga de su hija sorber sus jugos, sin poder hacer nada por detener aquella vejación.

El Sr. Sotogrande acercó entonces su boca al oido de Ruth y le susurró una palabras. La joven salió del salón y volvió a los pocos minutos portando una cámara de video. Mientras pulsaba el botón de grabación se dio cuenta de que las botas de María José descansaban a un lado del sofa y las medias-panty color burdeos formaban un ovillo junto con las bragas a los pies de la mamá, que a excepción de la falda, recogida sobre la cintura, estaba totalmente en cueros. La mujer seguía en la misma posición, arqueada sobre el brazó del sofa, con las piernas más separadas y el sexo más expuesto. El Amo se había desabrochado la pieza de cuero que cubría su entrepierna y con el glande de su poderoso miembro recorría de arriba abajo la encharcada raja de la mamá, que gemía y jadeaba como una perra en celo. Ruth no podía estar más cachonda. Ver a una mujer adulta, casada, como la madre de su amiga, sometida y humillada por el Amo era, sin duda, lo más morboso que había visto en su vida. Por un segundo se le pasó por la mente la imagen de su propia madre en aquella situación y aunque la desechó en seguida, no pudo evitar un espasmo de excitación en su joven chochito.

María José, mientras tanto, estaba en otro mundo. Uno nuevo y desconocido para ella. Jamás había estado ni la cuarta parte de lo excitada que estaba en ese momento. Aquellas caricias recorriendo una y otra vez su raja, hudiendose levemente en algunas ocasiones y acariciando su engordado clítoris en otras, la tenían chorreando al borde del orgasmo. Necesitaba que se la follasen. Lo necesitaba como nunca antes lo había necesitado. Por eso, cuando la voz del Sr. Sotogrande se abrió paso en su confundido cerebro, preguntándole si quería que hundiese su falo en su encharcado coño de zorra, la pobre mamá no lo dudó un instante.

Sí, Amo –gimió avergonzada pero incapaz de contenerse más- Por favor…

Suplicalo, perra –rugió el Amo- Suplica que me folle tu sucio y peludo coño de cerda y que convierta a tu marido en un cabrón.

Aquellas brutales palabras, lejos de enfriar, calentaron aún más a la sumisa mamá, que en esos momentos no estaba para entender por qué cuanto más se la humillaba más cachonda se ponía. Ajena a la presencia de Ruth, que no perdía detalle con la cámara, fue una fritísima María José la que suplicó:

Por favor, Amo –jadeó la mujer, la respiración entrecortada, las palabras espesas- folle mi sucio y… y peludo coño de cerda… ¡uuuuuuhhhh!… y… y… convierta a mi marido… ¡ooooooh!… en… en… un ¡CABROOOOON!

El Amo había insertado su enorme polla en el chochito de la mamá de un solo empellón. El dolor inicial había sido efímero y María José, con los ojos como platos intentaba entender la increíble distensión de sus paredes vaginales. No puede ser, se dijo, nadie puede tener semejante miembro. Sin embargo, se vio obligada a rendirse a la evidencia, cuando el falo comenzó un intenso mete-saca que llenó la habitación de ruidos húmedos, provocados por la fricción contra el saturado coño de la hembra. María José jamás se había sentido tan llena. Aquel pollón exploraba lugares que nunca habían sido explorados, rozaba puntos que ni siquiera sabía que estaban ahí… Los gemidos de la mamá eran cada vez más urgentes, más sonoros, destacandose sobre el “chof-chof” que procedía de su encharcada almeja.

Te gusta mi polla, ¿eh, perra? –la voz del Sr. Sotogrande le sacó levemente del éxtasis de sensaciones en que se encontraba.

Sí, Amo –se forzó a balbucear.

Apuesto a que la del cabrón de tu marido no te da tanto gusto –rió el hombre, mientras sacaba totalmente su miembro y se lo volvía a meter con lentitud.

¡Ooooooooh! –gimió la mamá fritísima, al borde del orgasmo

María José no estaba para pensar en el pene de su marido, ni en el placer que le producía. En su estado lo único que le preocupaba era correrse. Sus caderas buscaban las embestidas del Amo y su urgencia era notoria…

Entonces, el Sr. Sotogrande extrajo su falo de la desesperada hembra y azotó con él sus nalgas.

¡Nooooooooo! –exclamó la frustrada mamá- Por favor…

Por favor ¿qué? –exigió el hombre.

Por favor, Amo –suplicó María José, cachonda perdida- Necesito correrme…

¿Quieres que siga follando tu sucio coño de perra sumisa? – insistió el Sr. Sotogrande.

¡Oh, sí, Amo, por favor…!

María José volvió a sentir el glande del macho acariciando la entrada de su abierto orificio vaginal y se extremeció de deseo.

Quiero que digas alto y claro, en qué estás convirtiendo a tu marido – exigió el Sr. Sotogrande.

Ciega de lujuria, excitada al límite de lo imaginable, la fritísima mamá no dudo en soltar entre gemidos lo que aquel hombre esperaba de ella.

¡En un cabrón, Amo! –gritó- ¡En un cornudo!

¿Y tu hija qué es, zorra? –preguntó el hombre, hundiendo su glande en el hambriento coño de la mujer.

¡Oooooooh! ¡Es su esclava, Amo! –gimió

Lo mismo que tu, perra – el Sr. Sotogrande comenzó a follarla con violencia- Ahora, tu también eres mi esclava.

¡Sí, sí, Amo! –aceptó María José, sintiendo cómo un potente orgasmo se le venía encima.

Ruth estaba grabando atónita y excitada la dominación total de la madre de su amiga. Sus pezones estaban duros como piedras y su conejito chorreando de deseo. Su miedo inicial ante la posibilidad de que algo saliese mal y María José la delatase a sus padres se había desvanecido. Con lo que tenía grabado en la cámara, estaba claro que la mamá de Susana había sellado su futuro. Sin embargo, no se imaginó ni por un instante hasta qué punto iba a cambiar en realidad…

¡Ooooooooohhh! ¡Aaaaaaaaaaaah! –gritó finalmente la mujer- ¡Me cooooooorrrrooooooooo!

El sudoroso cuerpo de la mamá fue sacudido por un intenso orgasmo, que detuvo momentaneamente su respiración y le hizo retorcerse con espasmos intermitentes. Con Jaime, su marido, la mayoría de las veces no llegaba al clímax y jamás en su vida había experimentado un orgasmo que durase más de treinta segundos… pero aquella corrida parecía no tener fin. Tras un par de minutos, aún seguía en la cresta de la ola, gimiendo y jadeando, suplicando al Amo que no parase y que siguiese follandola. Ruth no perdía detalle con la cámara. El Sr. Sotogrande tenía a María José sujeta por la cintura y la empalaba con vigor y con un ritmo escalofriante, haciendo que el saturado coño de la mujer chapoteara con las embestidas.

¡Ooooooh! ¡Ooooooh! ¡Oh, sí! !Oh, Dios Santo! –gemía la cachonda mamá.

Aquel intenso placer duró varios minutos, tras los cuales María José sintió que su éxtasis comenzaba a remitir. El Amo, sin embargo, seguía penetrándola con ritmo constante y la sorprendida mamá se dio cuenta de que su cuerpo amenazaba con volverse a correr. No puede ser, se dijo sorprendida, no puede ser… No pudo razonar más. Sus ojos se abrieron como platos y su cuerpo fue sacudido de nuevo por un orgasmo más potente aún que el anterior.

¡Oughhh! ¡Oughhhh! ¡Aaaah! ¡Aaaah!

María José emitía sonidos guturales y pequeños chillidos de placer, retorciendose como una loba herida, experimentando clímax tras clímax en el primer orgasmo múltiple de su vida. Ni siquiera opuso resistencia cuando el Sr. Sotogrande le agarró con fuerza por el pelo y giró su cara hasta exponerla claramente a la cámara. De hecho, estaba tan sumida en su propio gozo que ni siquiera se dio cuenta de que la estaban grabando, aunque su cara de lujuria, deseo y éxtasis, quedó sin duda inmortalizada.

Finalmente, tras varios minutos agasajando a la sumisa mamá, el Amo sintió sus testículos contraerse, anunciando la inminente corrida. Veloz como un rayo, sacó su verga del húmedo coño de la hembra, que aún se debatía en los estertores postorgásmicos y mientras se pajeaba ferozmente con la mano derecha, se plantó ante ella y se descargó abundantemente sobre su cara y su pelo. María José estaba aún un tanto aturdida, intentando entender lo que había pasado y recibió las eyaculaciones con grititos agudos de sorpresa. Pero no protestó. Ni entonces, ni cuando el Amo recogió en su dedo algunos restos de leche y los introdujo entre sus labios, ordenandole que los chupase. La sumisa mamá obedeció ciegamente, mientras la cámara captaba su primer bocado de semen. En realidad, María José estaba mirando medio hipnotizada el fantástico pollón que colgaba entre las piernas del Sr. Sotogrande. Era increíble, bastante más largo que el de Jaime y al menos dos veces su grosor. ¡Y pensar que había tenido esa cosa dentro de su vagina! El sólo imaginarselo tenía su chochito en ebullición…

En ese momento se percató de la cámara y de la presencia de Ruth, a la que en su vorágine de placer casí había olvidado.

¡Oh, no! –exclamó roja de vergüenza- ¡No me grabes!

¡Sssshhhh! – el Sr. Sotogande impuso silencio con autoridad

La mamá le miró subyugada mientras el Amo recogía más restos de semen de su cara y los presentaba ante su boca.

Te hemos estado grabando desde el principio –explicó el hombre- Supongo que eres consciente de hasta qué punto esto te hace vulnerable.

A María José le bastó un segundo para darse cuenta de qué forma aquella grabación le comprometía.

Por favor, Señor –suplicó la azorada mamá- tiene que darme esa cinta. Haré lo que sea, pero a cambio debe destruir esa grabación. Soy una mujer casada y respetable…

¡Cierra la boca, sucia perra! –bramó el Amo- De mujer casada y respetable, nada. Ahora eres mi puta esclava y más vale que no lo olvides si no quieres que esta cinta pase a dominio público ¿está claro?

La mujer, con los ojos visiblemente llorosos, asintió, tras lo cual sus labios succionaron el dedo que el Amo aún le ofrecía bañado en leche. Era un gesto de capitulación final. Daniel Sotogrande lo sabía. Todo había sido demasiado fácil. Por fortuna, aquella mamá tenía alma de sumisa. Ahora comenzaba un complejo proceso de entrenamiento hasta convertirla en una obediente esclava, pero ya no había marcha atrás para María José del Valle. Como tampoco lo había para Ruth Sánchez. La bonita joven seguía grabando la dominación de la madre de su amiga, ataviada con una bata de raso rojo bajo la cual se ocultaba su cuerpo desnudo. Los pezones de la muchacha se marcaban duros y distendidos bajo la tela, denotando claramente su estado de excitación. Estaba tan cachonda que a duras penas había conseguido evitar llevarse la mano a la entrepierna durante la electrizante sesión de sexo que acababa de presenciar. Sólo el miedo a enojar al Amo y recibir una nueva azotaina en su dolorido trasero le había detenido.

Mientras el Sr. Sotogrande ayudaba a la mamá de Susana a incorporarse, ordenó a Ruth que dejara de grabar y se quitara la bata. La joven obedeció al instante y las dos mujeres quedarón en cueros, a excepción de la falda que María José aún conservaba alrededor de la cintura. La mamá miraba embobada el desnudo cuerpo de la joven, en especial su pubis totalmente depilado y abierto y la humedad que brillaba entre sus muslos y por ello tardó unos segundos en reaccionar cuando el Amo le ordenó que se quitase la prenda. Entonces, se bajó la cremallera de la falda y la dejó caer hasta los tobillos, para después recogerla y dejarla sobre el sillón donde descansaba el resto de su ropa. A pesar del miedo, la congoja y la preocupación que sentía, el coño de María José seguía chorreando desesperadamente y sus pezones delataban su estado de tremenda excitación. Eran reacciones que la abrumada mamá no conseguía entender, pero que no por ello dejaba de sentir. Aunque una parte de ella se revelaba contra todo aquello, otra se sentía incontrolablemente atraída a zambullirse en aquel pozo de sumisión y entrega, de placer y lujuria…

La voz del Amo se alzó clara y autoritaria en aquel mar de zozobra…

Ese coño tan poblado de pelos es inaceptable. Me gusta que mis perras estén bien depiladas. Tan pronto como te levantes mañana por la mañana te lo rasurarás por completo. Ya implementaremos un programa de depilación láser para dejartelo permanentemente lampiño.

Señor –dijo la mamá preocupada- esperaba que mi sumisión a Usted no supusiese cambios permanentes. Mi marido podría sospechar algo.

El Sr. Sotogrande le lanzó una mirada severa.

A partir de este momento tienes prohibido utilizar la palabra “marido”. Te referirás al hombre que vive en tu casa como “el cornudo”, ¿está claro?

Sí, Amo –aceptó María José, sintiendo una extraña excitación.

¿Con qué frecuencia ve el cornudo tu coño? –preguntó el Sr. Sotogrande.

No lo sé, Amo. Quizá una o dos veces al mes, cuando hacemos el amor.

Reduce esas dos veces a cero.

La mamá le miró desconcertada

Pero… a veces… no me puedo negar siempre

No habrá sexo con el cornudo ¿está claro? –repitió el hombre en tono amenazador

Sí, Amo. Lo que Usted ordene –aceptó la sumisa mamá, visiblemente intranquila.

Ruth no podía creerse hasta qué punto el Sr. Sotogrande estaba tomando el control de la vida de María José del Valle. Jamás se hubiese imaginado a la mamá de su amiga sometiendose de una forma tan brutal.

¿Has tenido alguna vez sexo con otra mujer? –preguntó el Sr. Sotogrande

No, Amo –respondió rauda María José.

¿Has fantaseado con tenerlo?

La cara de la mamá se tornó roja como un tomate. Durante la última semana había leído escenas de sexo entre mujeres y había llegado a excitarse mucho con ellas, algo que nunca antes le había pasado por la cabeza. Miró el cuerpo desnudo de Ruth, tan joven, tan terso. No hacía falta ser adivina para imaginarse las intenciones del Amo. Era humillante, pero a pesar de ello su cuerpo temblaba con anticipación. Finalmente, admitió sus fantasías.

Sí, Amo –dijo- alguna vez.

Bueno, pues es el momento de hacer realidad esas fantasías. Aproximate a Ruth y comienza a lamer sus pezones.

María José sabía que no tenía otra opción, pero lo más inquietante era el intenso escozor que sentía en su entrepierna. Dio un par de pasos, se situó ante la joven y dejando de lado cualquier prejuicio moral, se arqueó ligeramente y comenzó a lamer los pezones de Ruth, que encontró tiesos bajo su lengua.

¡Oooohhh, sssiiiii! –gimió la muchacha, excitada tanto por la sensación táctil como por la visión de la madura mamá lamiendo sus gordos pitones.

Eso es, sigue así –animó el Amo, mientras se apoderaba de la cámara y comenzaba a grabar el espectáculo.

Ruth estaba tan cachonda que sus jadeos y suspiros no tardaron en llenar la habitación. Sus manos tampoco se estaban quietas y en seguida comenzaron a sobar a conciencia las accesibles tetas de María José, estirando sus pezones y amasándolos entre sus dedos. La pobre mamá, presa de una terrible calentura, cerraba los ojos y respiraba con dificultad, mientras sus tímidos lameteos iniciales se tornaban en sonoras succiones sobre los pezones de la joven. Ésta volvió a tomar la iniciativa tras varios minutos de magreo y uno de sus dedos se deslizó con delicadeza entre los labios vaginales de María José. Era todo lo que la excitada mamá necesitaba y su cuerpo se extremeció en un brutal orgasmo que hizo que sus piernas se doblasen como si fuesen de chicle y la dejasen arrodillada a los pies de Ruth. La cara de la mujer quedó a pocos centímetros del pubis de la muchacha, que no tardó en hundirla en su saturado coño.

Comeme el conejito –pidió la joven, al borde del clímax.

Sin dudarlo, María José comenzó a lamer el encharcado chochito y casi al instante, Ruth empezó a correrse, restregándose y bañando copiosamente la cara de la mamá de Susana con sus flujos.

El Amo no perdía detalle con la cámara. Todo estaba saliendo a pedir de boca.

Perdonad por la demora, espero que lo disfrutéis.

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