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Heklena y la ayuda de dos desconocidos
Helena y la ayuda de dos desconocidos
Helena llegó ese lunes con cara de cansancio a la oficina. Apenas se acomodó en su asiento, mi curiosidad no pudo evitar preguntarle qué le pasaba. Entonces comenzó su relato de lo que había hecho durante el fin de semana.
“Salimos con Jorge a bailar; los dos solos, ya que hacía mucho tiempo que no lo hacíamos.
Fuimos a uno de esos boliches de moda cerca del río. Bailamos, nos divertimos bastante, pero pronto me noté que a Jorge se le había ido la mano con los tragos.
Me dejó bailando sola en la pista y se fue a sentar, diciéndome que no daba más. Yo seguía invadida por la música, así que me quedé otro rato bailando entusiasmada con otra chica mientras veía de reojo que Jorge ya se había hecho de dos nuevos amigos en nuestra mesa. Observé con sorpresa como mi marido aceptaba y brindaba con sus nuevos amigos con demasiada prontitud y muy pronto comenzó a mostrar signos de una borrachera impresionante.
Los dos tipos se ocupaban de mantener lleno el vaso de Jorge y él muy entusiasmado no dejaba de beber. Al rato parecía una verdadera piltrafa humana y entonces decidí que era tiempo de irnos de allí a descansar.
Me acerqué al trío preguntando a Jorge: “¿vamos, mi amor?”.
“No creo que pueda ir a ningún lado así”. Dijo uno de los tipos.
“Nosotros te podemos ayudar”. Propuso el otro.
“Gracias, solamente para tomar un taxi”. Respondí muy seria.
Tuve suerte y rápidamente pude detener un taxi, pero cuando quise acordarme, los dos tipos estaban también viajando conmigo y Jorge.
Yo también estaba un poco mareada, pero bastante consciente de la situación.
Llegamos a casa y muy atentamente uno de los desconocidos pagó el viaje, a pesar de mi insistente e inútil negativa.
Apenas entraron a la habitación, los tipos dejaron a Jorge sobre la cama y se volvieron hacia mí.
“Gracias, chicos, realmente no sé cómo iba a hacerlo sola”. Les dije.
“Así nos vas a agradecer?”, dijo el más alto de los dos, que se había identificado como Javier.
“De qué manera piensan que les voy a agradecer?”. Pregunté, mientras algo de excitación me tomaba por asalto.
El otro desconocido, que se llamaba Ignacio, se acercó a mí.
Tuve que contener la risa; de pronto me sentí deseada por estos dos desconocidos, pero no pensaba hacer nada extraño frente a Jorge desmayado en nuestra propia cama. El morbo de pensar en ello me calentó peor todavía.
“Bueno…, muchas gracias”. Le respondí, mientras le daba un beso cariñoso en la mejilla.
Pero Ignacio entonces giró su cabeza y me estampó un tremendo beso de lengua, mientras yo intentaba retroceder y zafar de su abrazo. Mi cola chocó contra la verga endurecida de su amigo, que se había colocado detrás de mí.
“Chicos por favor!. Soy una mujer casada… mi marido…” intenté decir totalmente sobrepasada por la situación.
“Tu maridito no va a despertarse hasta mediodía”. Dijo Javier, apretándose contra mi cuerpo.
Ignacio volvió al ataque, su mano me acarició el rostro mientras su boca buscaba el contacto. Mientras tanto Javier ya me había tomado por la cintura y ahora podía sentir su verga bien dura apoyada entre mis nalgas…
Las manos de Ignacio fueron directo a mis tetas, lo cual sin querer me hizo escapar un suspiro, muestra de que estaba disfrutando demasiado de lo que ocurría. No podía negar que el sentir esa pija desconocida contra mi culo me estaban excitando muchísimo.
“Paremos aquí, por favor” Casi les rogué con un hilo de voz.
Por toda respuesta, Javier me levantó la falda hasta la cintura, mientras Ignacio me apretaba contra su cuerpo para inmovilizarme. Sentí unas manos suaves acariciando mis labios vaginales por encima de mi tanga.
“Por favor…” Volví a decirles con un gemido medio apagado.
Pero al parecer mi cuerpo iba en otro ritmo que mi cabeza, pues sin pensarlo demasiado, una de mis manos bajó a buscar la verga de Ignacio y comencé a acariciarla por sobre el pantalón.
Le sonreí con complicidad y verifiqué que Jorge continuaba inmóvil en la cama.
La verga me pareció enorme, tremendamente dura. Continué masajeándola mientras lo miraba fijo a los ojos.
Me incliné hacia Ignacio, doblando mi cintura para acercar mi boca a su verga erecta. Entonces Javier aprovechó mi cola parada y me acarició las nalgas, corriendo mi tanga a un costado. Me metió un dedo entre mis labios mayores y después otro, comenzando a entrar y salir muy suavemente.
Pude sentir que me humedecía al instante, mientras me devoraba la verga de Ignacio.
Me tomó la cabeza con sus manos y me obligó a comerme toda su verga, mientras decía:
“Qué bien la chupa esta perra!!”
Javier comenzó a rozar su verga entre mis piernas ahora un poco separadas para mantener el equilibrio… Enseguida sentí que su verga bien gruesa y dura entraba en mi concha en un solo movimiento, bien duro, bien adentro…
Tuve que dejar por un instante la pija de Ignacio, para poder dejar escapar un leve gemido.
La embestida fue repentina, bastante brutal. Javier me la metió con rudeza y pude oír mi propio quejido lastimero mientras sentía que mi vagina trataba de albergar semejante aparato.
Giré mi cara hacia él, intenté mirarlo, pero Ignacio no me permitió ni siquiera sacarme su verga de mi boca.
“Que buena putita resultaste, te gusta que te cojan entre dos?” preguntó Javier.
“Si…entre dos- repetí casi en forma mecánica.
Todo fue a la vez. Ignacio comenzó a gruñir mientras acababa en mi boca. Intenté sacármela, pero no pude, pues él me obligó con sus manos a “degustar” su semen caliente.
Javier de pronto comenzó igualmente a quejarse, pero al contrario de su compañero, él alcanzó a sacar su pija, y pude sentir su leche hirviendo derramándose sobre mi cola y espalda.
Sentí en mi interior que el climax estaba a punto de llegar, pero la interrupción de Javier no me lo permitió.
Ignacio rápidamente terminó de sacarse la ropa y se recostó en el piso. Yo mecánicamente me acomodé sobre él y lentamente comencé a sentarme sobre su pija erecta.
Comencé a moverme de adelante hacia atrás, mis manos se apoyaron sobre el pecho de Ignacio y fue en ese momento que sentí la verga de Javier apoyarse en la entrada de mi ano.
“No…por favor…por atrás no” Le rogué casi sin aliento.
Pero fue algo inútil… Ignacio me sostuvo por la cintura y Javier sin piedad empujó con su pija durísima entre mis nalgas, arrancándome gritos de dolor mientras entraba en mi culo.
“Qué pasa bebota, tu maridito nunca te hizo el culito?” Preguntó Javier socarronamente.
“Aahh, nooo, el culo nooo” Mentí.
“Ahora te lo dejamos estrenado para que se lo puedas entregar” Dijo Ignacio riendo.
“No, chicos, por el culo, no, por favor” Pero ya era tarde, sentía esa verga larga y dura entrando y saliendo de mi ano como si nada…
Durante unos segundos me quedé inmóvil, sintiendo las dos pijas que me taladraban con un ritmo feroz. Luego comencé también yo a moverme con ese mismo compás… Me sentía totalmente entregada y dominada por los dos frentes.
En un momento me desplomé sobre el cuerpo de Ignacio y entonces Javier aprovechó para taladrarme el culo todavía con más ganas, con bastante brutalidad…hasta que finalmente se arqueó hacia atrás y sentí toda su leche caliente inundando mi ano hasta el fondo…
Javier se quedó adentro mío, acariciándome las tetas con suavidad, lo que pronto me provocó un orgasmo increíble, sumado a ello que ahora Ignacio me levantaba por las caderas y me hacía cabalgar empalada sobre su verga.
Cuando se dieron cuenta de que había acabado, los dos se salieron de mi cuerpo y me pusieron otra vez en cuatro patas. Ignacio me metió su verga en mi boca y me hizo chuparla hasta que acabó dentro de mi garganta. Mi orgasmo había sido glorioso…
“Uff, me destruyeron la cola…” Susurré completamente agotada.
En ese momento, un suave movimiento sobre la cama me trajo repentinamente a la realidad. Jorge seguía allí y podía despertarse en cualquier momento.
Ignacio y Javier se vistieron en un par de minutos y me prometieron que volvería a verlos, pero la próxima vez sería en una habitación de hotel, sin que mi dulce Jorge pudiera interrumpirnos.
Me acosté junto a mi esposo, la cola me ardía, pero estaba demasiado cansada hasta para darme una ducha.
Me desperté boca abajo, sintiendo el peso de Jorge sobre mi espalda. Me estaba metiendo la pija en la concha, disfrutando de la humedad que todavía podía sentir en mi interior.
Ni te lo imaginas, amiga, me hizo gozar y acabar también él como una perra…. La próxima vez podrías acompañarme para hacer un cuarteto… no te arrepentirías…”