Ana y Marcos por última vez

Anal

Ana y Marcos por última vez
A la mañana siguiente de esa tremenda cogida que me había dejado darle Ana, a manera de disculpas por lo que había hecho con Marcos el carnicero, me desperté con los primeros rayos del sol.

Abrí los ojos al sentir un cosquilleo en mi vientre. Ana estaba recostada sobre mi cuerpo, chupándome la verga de una manera fabulosa, que me hizo acabar casi enseguida; llenándole la boca con mi leche tibia…

Ella la fue tragando sin dejar escapar una gota; siguió succionando hasta asegurarse que estaba completamente limpia y entonces sonrió y se levantó para ir a encerrarse en el baño…

Después, mientras desayunábamos, le solté a boca de jarro si volvería a dejarse dominar y coger por Marcos. Ana se sorprendió por la repentina pregunta y ensayó una muy débil negativa; pero por su mirada me di cuenta que realmente deseaba que ese carnicero ordinario la cogiera y la maltratara como si fuera su esclava y su puta…

Ana abrió sus ojos cuando le propuse que planificara un nuevo encuentro con ese tipo y me avisara, así yo podía presenciarlo sin que Marcos se percatara. De lo contrario el hombre se negaría si supiera que yo estaba enterado de sus encuentros…

Pasaron una semana entera sin que volviéramos a tratar ese tema; a mí ya casi me parecía olvidado. Pero un día, durante la cena, Anita me dijo que estaba bastante caliente y necesitada de una buena pija; así que tenía intenciones de repetir el encuentro con Marcos…

Ella propuso entonces que lo invitaría a nuestra casa y que lo llevaría directo al cuarto de huéspedes. Allí había un placard amplio y vacío, donde yo podría esconderme sin ser notado por Marcos. Además de presenciar la cogida, podría filmar toda la acción con la cámara de video…

Al día siguiente pasé por el local de Marcos a hacer unas compras que me había encargado Anita y, en medio de una breve charla trivial, le comenté que estaría unos días fuera de casa por trabajo. Así Marcos no sospecharía que yo pudiera estar presente cuando se cogiera mi esposa…
Anita lo citó en nuestra casa un par de días después; con la excusa de tratar algunos temas de su amigo inquilino, ya que él era el garante.
Vino pasadas las ocho de la noche, después de cerrar su negocio. Anita lo invitó a pasar a la cocina y le ofreció un café. Trataron el tema del inquilino y de repente Ana le preguntó directamente si quería cogerla allí mismo.

Desde el pasillo pude ver que el carnicero parecía sorprendido, porque evidentemente, Ana jamás había tomado la delantera para ofrecerse tan abiertamente…

En silencio se levantó de su asiento y se ubicó detrás de mi esposa, besándola en el cuello y mordiendo el lóbulo de su oreja, mientras sus enormes y torpes manos iban directo a amasar las hermosas tetas redondas de Anita.
Ella cerró los ojos y gimió de placer. Eso era todo lo que necesitaba para encenderse. Lo tomó de la mano y lo condujo al cuarto de huéspedes, donde yo ya estaba preparado para presenciar el nuevo encuentro sexual.

En mi escondite del armario vacío ya tenía encendida la cámara de video, apuntando hacia la cama entre las rendijas de la puerta.

Cuando entraron, se desnudaron directamente sin dejar de besuquearse y tocarse. Podía ver que mi esposa estaba muy, muy caliente…

Entonces pude apreciar de cerca el tamaño de la verga de Marcos. Era realmente gigantesca; por esa razón Ana había gritado tanto la vez anterior, cuando el carnicero se la había enterrado por el culo.

Mientras seguía observándola sin creer semejante tamaño, Ana se arrodilló frente a él y se metió esa prodigiosa verga entre sus delicados labios rojos.

Después de lamer y atragantarse con ese tronco endurecido dentro de su boca, Ana lo miró con una expresión de calentura que me sorprendió. Le estaba pidiendo a gritos con su mirada que la cogiera de manera salvaje…

Marcos entonces la detuvo porque parecía que ya estaba próximo a acabar. Hizo que Ana se acostara boca arriba en la cama y le abrió las piernas al máximo, dejando ver esa hermosa raja depilada, rosada y brillando por la humedad que brotaba desde adentro…

Pensé que el carnicero iba a degustar esa hermosa concha entre sus labios Pero al contrario, comenzó a deslizar la cabeza de su poronga enorme en esa estrecha abertura; entrando apenas para rozar el clítoris de mi esposa.

Ana gimió de placer y le suplicó entre lágrimas que dejara de provocarla y se la metiera de una vez a fondo. Pero el hijo de puta ya sabía bien lo que quería. Siguió por unos minutos con ese juego de rozar apenas con su dura verga los labios vaginales de Ana.

La excitación de mi mujer fue en aumento hasta que ya no pudo aguantar más y por el efecto de esas caricias, arqueó su espalda entre gemidos y suspiros, alcanzando un orgasmo y dejando salir sus flujos vaginales.

Marcos sonrió y aprovechó esa lubricación natural para meter la cabeza de su hinchada pija dentro de la concha de Anita. A pesar de esa lubricación, su vagina no estaba tan dilatada y por ello la cara de mi esposa dejó ver una expresión de dolor, mientras esa gruesa verga se iba abriendo paso en su interior…

El carnicero fue acometiendo con breves estocadas hasta conseguir meterle la verga hasta la mitad y allí se quedó quieto.
Ana por el contrario, lejos de amedrentarse al sentir semejante invasión, lo acicateaba a gritos para que siguiera adelante. Para que se la metiera a fondo; para que le partiera la concha según sus propias palabras; para que la cogiera a lo bruto sin demostrar piedad…

Así logró convencer a Marcos, que sin importar el dolor que le pudiera causar, empujó entonces violentamente su poronga hacia adelante, enterrándola entera en la frágil vagina de mi mujercita…

Al sentirla a fondo, Ana dejó escapar un alarido desgarrador y entonces pude ver que sus entrañas dejaban salir una abundante cantidad de fluidos vaginales. Había tenido un orgasmo de lo más intenso…

Esa era la señal que Marcos estaba esperando. Con un movimiento frenético de sus caderas comenzó a sacar y meter su verga en búsqueda de su propio placer, sin importarle a ese hijo de puta el dolor o las súplicas de mi esposa pidiéndole que se detuviera, porque ahora se sentía usada y abusada por ese carnicero bruto y ordinario.

Solo se podía escuchar la respiración inflamada de Ana y el ruido a chapoteo que producía la pija cuando entraba y salía con tanta violencia.
Ese ritmo vertiginoso fue en aumento hasta que Marcos ya no pudo aguantar más y enterró la verga hasta lo más profundo, recibiendo mi esposa en medio de alaridos de dolor los chorros de leche caliente dentro de su maltratada concha…

Mientras ese turro se vaciaba dentro de ella, Ana tuvo otro orgasmo bien violento y prolongado, Se quedaron ambos inmóviles y sus ritmos de respiración volvieron a la normalidad, mientras Marcos seguía con su pija enterrada a fondo en el cuerpo de Ana.

De repente ella le dio un soberbio cachetazo, espetándole que había sido muy bruto y desconsiderado cogiéndola así tan violentamente. Marcos, lejos de amilanarse, se incorporó y le devolvió un par de cachetadas en el bello rostro a mi esposa. Le gritó a la cara que era una puta y que él estaba acostumbrado a tratar así a las putas…

Ana comenzó a lloriquear, sintiéndose humillada y entonces el carnicero comenzó a mover sus caderas lentamente entre los muslos de mi esposa.
Por la expresión de Anita, pude entender que esa verga enorme otra vez estaba erecta nuevamente, lista para regresar al violento combate.

Entonces Marcos se incorporó, sacó su tiesa verga del interior de Anita y deslizó sus dedos entre los labios vaginales, que dejaban escapar una mezcla de semen y fluidos.
Con esa mezcla pegajosa untó la estrecha entrada anal de mi delicada esposa. Al adivinar sus intenciones, Ana trató de protestar, suplicándole que no se la metiera por el culo, porque lo tenía muy poco dilatado y el tamaño de su verga podía desgarrala…

Sus súplicas fueron en vano. Esta vez el carnicero no se preocupó en jugar un poco con el delicado trasero de Anita; simplemente levantó las torneadas piernas de mi esposa en el aire y, sujetándolas por las finas pantorrillas, de golpe se zambulló hacia adelante en una rápida embestida, introduciendo violentamente la cabeza y la mitad del tronco en el estrecho ano de mi mujercita…

Al sentirse enculada de manera tan brutal y desconsiderada, mi mujer gritó de dolor y aulló de forma lastimera; rogándole que se la sacara, porque realmente la estaba matando con esa pija tan grande…

Pero Marcos siguió empujando hasta conseguir alojarlo totalmente en el recto. Ana comenzó a llorar a gritos e intento debatirse, retorciendo su cuerpo debajo del carnicero.

Estuve a punto de salir de mi escondite para frenar tanta brutalidad por parte de ese hombre; pero me contuve para no descubrir nuestro plan.

Marcos sonrió disfrutando ver llorar a mi esposa y se quedó quieto, con su tremenda verga enterrada totalmente, esperando que el ano de mi esposa se relajara y aceptara por fin semejante tamaño.

De repente pude ver que Anita, mientras sorbía con su lengua las lágrimas que corrían por sus mejillas, comenzó a moverse suavemente, yendo al encuentro de esa verga empalada en su trasero.
Ello significaba que el dolor inicial había cedido dando paso al placer y la lujuria. Marcos la estaba sodomizando brutalmente y mi esposa no paraba de gemir, suspirar, jadear y gozar con esa enorme verga enterrada a fondo…

Antes de que Marcos se derramara dentro de ella, Ana acabó dos veces mientras se acariciaba el clítoris con sus propios dedos. Al sentir que el carnicero se vaciaba en su culo, entonces tuvo un tercer orgasmo, en medio de alaridos y gritos descontrolados de placer.

Quedaron exhaustos acostados uno al lado del otro durante un largo rato.

Cuando Ana amagó levantarse para ir al baño, Marcos la sujetó por un brazo y le pidió perdón, reconociendo que se le había ido la mano y que realmente la había cogido de manera muy brutal, dedicándose a su propio placer, sin tener en cuenta las necesidades de ella.

Ana lo miró con frialdad y le dijo que su verga era maravillosa y que la había vuelto loca después de tantos polvos; pero aun así, no quería que jamás volviera a tocarle un pelo; no lo merecía por ser tan desconsiderado.

Pensé que ese carnicero ordinario iba a saltar al cuello de mi esposa y volvería a sodomizarla sin piedad; pero en lugar de ello, desvió la mirada, soltó el brazo de Ana y comenzó a vestirse en silencio.

Cuando Anita salió del baño después de darse una ducha reparadora, Marcos ya se había retirado. En su lugar estaba yo; sentado al borde de la cama, desnudo y con mi verga tiesa apuntando al techo.

Ella sonrió dulcemente, se arrodilló entre mis piernas y se llevó mi pija a sus delicados labios rojos. Mientras sentía el tremendo efecto placentero que me provocaba su lengua en mi verga, pensé si podía ser posible que mi caliente mujercita cumpliera su promesa de no volver a dejarse coger por ese tipo tan bruto y desalmado…

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